martes, noviembre 23, 2004

70 AÑOS DE LA FUNDACIÓN PARA EL BIENESTAR HUMANO

Luis Julián Salas Rodas
Sociólogo
Especialista y Magister en Ciencias Sociales
Magister en Ciencias de la Educación
Director Ejecutivo de la Fundación Bien Humano



Muy apreciados amigas y amigos de la FBH:

Es muy grato tener la oportunidad de celebrar con ustedes estos 14 lustros de vida institucional. La ingratitud humana solo haya excusa y comprensión cuando se padece de Alzahimer. No es todavía, nuestro caso personal e institucional. La memoria es esa facultad mental que impide la instalación del olvido, que nos hace recordar personas, fechas, eventos y situaciones. Las organizaciones son creación humana y como tal están expuestas a crisis y desafíos constantes en el transcurso de su ciclo vital.

La palabra escrita es fiel evidencia de cómo sucedieron los hechos cuando ya han fallecido sus protagonistas. Mas de 1.000 actas de Junta Directiva y 100 de la Asamblea General conforman el archivo histórico de la Sociedad de Damas de la Caridad y de la Fundación para el Bienestar Humano. De su lectura atenta y reflexiva pude recrear el contexto de la épocas, los temas de interés, el cambio en las formas de sentir, pensar y actuar, el origen y resolución de las amenazas externas, de los conflictos personales y de poder, de las afugías económicas, de los logros sociales y de los relevos generacionales entre otros muchos asuntos.

Según la Cámara de Comercio de Medellín el 80% de las sociedades que se crean se liquidan antes de cumplir el tercer año. Siete décadas continuas de trabajo evidencian que la organización ha sabido afrontar con éxito las dificultades, los retos y las incertidumbres que conlleva la existencia; sin embargo la sostenibilidad nos es aún un seguro que pueda comprarse para cubrirnos del riesgo de la quiebra y la disolución. La sostenibilidad es una tarea diaria que se logra con ideas claras, decisiones oportunas, visiones acertadas y compromiso efectivo. De todo esto dieron fe, y con creces, durante 37 años la Sociedad de Damas de la Caridad. Una idea clara: crear una organización que permitiera la práctica del sagrado precepto de la caridad a un grupo de mujeres católicas más allá de la limosna y de la ayuda esporádica al necesitado. Decisiones oportunas: no dudar en cambiar, abrir o cerrar programas cuando las condiciones objetivas así lo aconsejaban. Al no contar con los recursos económicos suficientes para continuar con la construcción y mantenimiento de las viviendas colectivas, las Damas dieron paso a otra etapa cuando se concentraron en el desarrollo comunitario, durante 20 años en el barrio las Estancias, gracias al fideicomiso y luego donación de la familia de una de las socias de un terreno de 20 hectáreas. Decisión oportuna: crear, en 1966, la Fundación para el Bienestar Humano y traspasarle a ella todos el patrimonio y los recursos cuando la Comunidad Vicentina quiso centralizar el manejo de las distintas sociedades de Damas de la Caridad en el país. Decisión oportuna: cesar actividades en el barrio las Estancias para no involucrar a la comunidad en conflictos de poder y celos institucionales con el cura párroco y dar paso, así, al trabajo promocional y preventivo con las familias a nivel nacional, actividades con las cuales continuamos. Visión acertada: la visión de doña Ana Restrepo de Gautier cuando a mediados de los años cincuenta del pasado siglo propuso la constitución de un fondo acumulativo, intocable para cubrir gastos de funcionamiento, que se fuese incrementando con un porcentaje de los ingresos operacionales y la acumulación de intereses. Fue así como en 1970 la Fundación obtuvo su primer millón de pesos en efectivo, dinero que fue prestado luego a importantes empresas de la ciudad para que con sus réditos financiara la operación de los programas. Dejo a los economistas curiosos la tarea de su actualización a valor presente. Hoy en día las ONG saben de sobra que no bastan los recursos de contratación con el Estado, de la cooperación internacional y de la filantropía para asegurar la sobrevivencia financiera. Que se requiere de un patrimonio propio para sobrellevar las contingencias del día a día. Y ese millón de pesos junto con el producto de la venta de las instalaciones del barrio Las Estancias al municipio de Medellín fue el origen del patrimonio actual de la Fundación. Extraordinaria visión la de doña Ana en una época donde la beneficencia y la “ponchera” surtían aún efecto. La planeación estratégica no deja de insistir en el poder transformador de una visión. Cuando era niño tener visión era cosa de locos y si por alguna razón uno la tenía debía permanecer callado so pena de ser considerado como tal. Doña Ana no sabia nada de planeación estratégica pero siempre fue una persona muy lúcida que no tuvo nunca temor de expresar y compartir sus visiones. Visión acertada: la de tener un negocio rentable, un almacén de venta de lanas el cual generó ingresos por muchos años para cubrir los gastos, visión que muchas ONG del presente empiezan a contemplar como alternativa económica. Visión acertada la de las Damas al permitir, a principios de los años 70 del pasado siglo, la presencia, la participación y el pensamiento de un grupo de señores en calidad de socios activos en una organización de origen netamente femenino. Visión anticipada, por lo demás, al presente donde ya es común hablar y aceptar de equidad de género; participación que ya ocupa la Presidencia y la Dirección Ejecutiva de la organización. Compromiso efectivo: en su mejor época las Damas lograron tener en sus filas un voluntariado de 260 socias que aportaban una cuota de sostenimiento mensual, tiempo, conocimiento y experiencia en la prestación de los servicios; voluntariado que acompañaba el trabajo de profesionales expertos pagados por la Sociedad. Durante 20 años el barrio las Estancias fue el centro de prácticas y de formación de varias generaciones de trabajadoras sociales de la Universidad Pontificia Bolivariana. Los programas y servicios sociales de las Damas cubrían el 50% de una población estimada de 10.000 personas. La Sociedad fue pionera en ser un modelo de gestión de una entidad sin ánimo de lucro que apoya y acompaña el desarrollo vecinal y comunitario, modelo que aun siguen varias fundaciones de la ciudad. Compromiso efectivo: el de anteponer siempre los intereses de la organización a los personales, el de procurar siempre el mejor valor agregado a las acciones, el de renunciar a tiempo y dar paso a las nuevas generaciones, el de permitir las evaluaciones y someterse a sus recomendaciones.

La gerencia moderna nos remarca la obtención de resultados y la aplicación de herramientas como la planeación estratégica, la reingeniería y el marco lógico. Nada de esto existía, ni estaba al alcance en los tiempos de las Damas, pero a su manera eran efectivas y producían resultados. En una de las actas de Junta Directiva la directora de la guardería informaba de la necesidad de disponer de una camioneta para el transporte de los niños. Dicho y hecho. En esa misma reunión doña Eugenia Ángel de Vélez donó la camioneta, doña Luisa Ángel de Henao asumió el pago del salario del conductor y doña Margarita Posada de Vieira se comprometió a sufragar los gastos de gasolina y aceite del vehículo. Y asunto solucionado. ¡Qué maravilla! ¡Qué instantáneo poder de decisión! Sin tener que nombrar una comisión, redactar una carta o elaborar un proyecto ¿Quién de ustedes colegas, directores y directoras, no quisieran tener en su Junta Directiva este trío de generosas damas? Estas y muchas otras situaciones están escritas a mano, con tinta verde, en bella caligrafía, en los libros de actas de la Sociedad de Damas de la Caridad. Se dice en una de ellas textualmente: “las cartas dirigidas a las empresas solicitando ayuda económica son efectivas pero no olvidemos que lo es aun más, en reemplazo de la carta, la presencia distinguida de una de nosotras en las oficinas de los gerentes”. No dudo que así era. Y de esta forma ingresaba a las arcas de la Sociedad los $15 de Cemento Argos, los $20 de Coltejer, los $10 de Fabricato, los $30 del Banco Comercial Antioqueño, los $35 de la Naviera Colombiana y así por el estilo de todas las sociedades anónimas. En esos tiempos el dinero si era dinero. Y si las arcas continuaban vacías y el déficit aumentaba se acudía al trabajo de las socias para organizar el bingo, el baile de sociedad, la rifa del anillo, al arreglo de vitrinas, a las presentaciones del grupo escénico y a todo tipo de actividades para recaudar fondos, actividades que aun siguen vigentes en muchas ONG del presente. Las Damas sabían que la Divina Providencia no desampara pero que no tenía porque hacerlo todo... En el libro de actas no se verificaba el quórum sino que se escribía, en el estilo de la época, “Asistencia: la mejor posible”. Se reunían en la casa de la Presidenta, muy puntuales, y después de “invocar al Espíritu Santo y de rezar las oraciones acostumbradas” daban inicio a la reunión. Fueron damas muy católicas que recibían con fervor las bendiciones del señor Arzobispo y con humildad sus llamados de atención cuando la práctica del culto decaía, pero no admitían: “ intromisiones indebidas del asesor espiritual en los asuntos propios de la Junta”. Damas que no vacilaron en enfrentarse con valor y respeto a las jerarquías eclesiásticas cuando sentían que atentaban contra el manejo autónomo de la Sociedad. Damas que asumían con firmeza las consecuencias de las decisiones tomadas.

Además de un patrimonio son muchas las lecciones de vida que heredamos de las Damas: su transparencia, la pulcritud y la austeridad en el manejo de las finanzas, el entusiasmo por el trabajo, el sentido de pertenencia, el compromiso personal más allá de lo estrictamente laboral y la satisfacción por el cumplimiento de una responsabilidad social. De todas las lecciones de vida de las Damas me merece especial mención el valor de la generosidad, la cual consiste, en palabras del filósofo Séneca, en el “arte de dar”, dar sin esperar nada a cambio. El gobierno da y reclama siempre contraprestaciones políticas, el empresario dona pero exige el certificado de donación para deducir impuestos, la cooperación internacional ayuda pero espera recibir el respectivo crédito. La generosidad esta hoy en desuso, la hemos remplazado por la solidaridad la cual requiere de la ocurrencia de un evento inusual y catastrófico que logre conmovernos y así despertarla. Cuando pasa el suceso cesa la solidaridad. El poder de los medios de comunicación incentiva, suena feo decirlo, el mercado de la solidaridad nacional e internacional. Cada vez deben de ser más impactantes las imágenes televisivas de las tragedias humanas para movilizar la ayuda humanitaria. Como dice la filósofa española Victoria Camps: “la virtud de la solidaridad se ha institucionalizado, su objetivo son las personas extrañas al ámbito más cercano y familiar: las víctimas de un terremoto, de una guerra, de un accidente, siempre algo lejano”. La generosidad, en cambio, se práctica con las personas conocidas y con las cuales queremos mantener vínculos. La generosidad es el mejor antídoto contra el egoísmo del cual decía la madre Teresa de Calcuta que era el origen de todos los males de la humanidad. La solidaridad requiere de campañas promocionales; la generosidad solo de corazones desprendidos. La solidaridad es transitoria; la generosidad es perenne.

Característica de lo contemporáneo es juzgar con ligereza, desconocimiento o prejuicio lo relativo a un tiempo pasado. El valor de la caridad cristiana es hoy un asunto desprestigiado en el discurso y la práctica social. Hoy nos da pena decir que nuestro que hacer institucional apunta a aliviar sufrimientos, preferimos hablar de desarrollo social, de calidad de vida, de desarrollo humano integral y sostenible. En búsqueda de la eficacia, la eficiencia y la efectividad, deseamos convertirnos, en un curso acelerado, en empresas sociales para dejar de lado el estigma que cargamos por ser ONG o entidades de beneficencia. Y el riesgo que corremos, y no vemos, es el de preocuparnos más por el cumplimiento de los términos de un contrato para evitar la aplicación de multas que el de incidir en el cambio y en la transformación de las condiciones de vida de la población que pretendemos atender. Las Damas estuvieron siempre cercanas, atentas a la escucha, solícitas y pendientes de las necesidades de las familias. Hoy como ayer la pobreza no ha sido superada en el país; todavía persiste la exclusión y se niegan oportunidades a más del 60% de los compatriotas. Colombia es, según reportes de Naciones Unidas, el tercer país del mundo en concentración del ingreso de sus habitantes. Si el asistencialismo no es la respuesta, y en ello estamos todos de acuerdo, las propuestas y acciones unilaterales de las organizaciones del llamado Tercer Sector tampoco lo son así hallamos renovado nuestros conceptos y discursos. No tenemos, ni tendremos, los recursos económicos para ello, apenas generamos el 3% del PIB del país, escasos 3.000 millones de devaluados dólares. Dejemos el mesianismo y seamos realistas. No se ofendan colegas pero en términos financieros una sociedad de pobres es solo una pobre sociedad. Nuestra razón de ser no esta tanto en atender y solucionar los problemas y necesidades de la población sino en emplear nuestro poder social para que junto con el poder político del Estado, el poder económico del sector empresarial y la autogestión y empoderamiento de las comunidades marchemos de común acuerdo en la senda del desarrollo. Y mientras esto ocurre no tenemos otro oficio que seguir apoyando y acompañando a las comunidades y grupos excluidos. Decía hace poco un alto funcionario de la Organización Internacional del Trabajo; OIT, de paso por la ciudad, al comentar un informe acerca de la globalización que los Estados debían volcar su atención y los recursos en el desarrollo de lo local y pensaba para mis adentros que si de algo podemos ufanarnos las ONG es de haber estado siempre en lo local, en lo territorial, hombro a hombro, cara a cara, lado a lado, de las personas, los grupos, las familias, las comunidades y esta opción preferencial, acorde con nuestros recursos y posibilidades, ha sido objeto de múltiples críticas, y autocríticas, de diversos sectores. Es esta cercanía la que nos da la credibilidad, la autoridad, el conocimiento y la legitimidad para ser considerados como actores sociales. Es cierto que nos falta más coordinación, mas trabajo en alianza, más unidad gremial, tenemos que avanzar más en estos aspectos pero sin perder de vista la riqueza que nos da la diversidad. Así como una selva tropical es mas rica en fauna y en especies vegetales que un bosque de pinos, una sociedad es mas rica entre más diversa y diferente sea. Y ¡ojo! no confundamos diferencia con desigualdad. Así como aceptamos la biodiversidad aceptemos la sociodiversidad, de la cual el Tercer Sector da buena cuenta.

Y es esta cercanía la que nos posibilita a las personas que trabajamos en las organizaciones del Tercer Sector el vivir gratas experiencias de transformación humana. Quiero relatarles una de ellas, con el perdón de mis colaboradores cercanos que ya la conocen. Hace muchos años, antes de ser Director de la Fundación, y cuando era más joven que hoy, fui tallerista por cinco años. Al tercer año empezaron las dudas, las vacilaciones acerca del sentido y la utilidad del trabajo promocional y preventivo con los padres de familia. Todos los viernes, durante 4 meses debía dictar un curso los viernes, de tres a cinco de la tarde, en un precario salón comunal, en el sector de la Avanzada, allí donde el viento se devuelve, 20 minutos a pie por unas empinadas y peligrosas escaleras, desde el barrio Santo Domingo Savio y luego de casi una hora de recorrido en bus desde el viejo Guayaquil. Ni en la imaginación más febril estaba la idea de que algún día la distancia sería acortada por la construcción y puesta en servicio de un metrocable. Los viernes en la tarde, precisamente, se agudizaba la crisis y el deseo de renunciar. Al final del cuarto mes, al terminar una sesión del curso se me acerco un niño, calculo que debía tener alrededor de 10 años, el cual esperó a que yo estuviera solo, a darme las gracias. Le pregunte gracias porque o de que y el me contesto: “Profe, es que desde que mi mamá asiste a sus clases me quiere más porque ya no me grita ni me pega y yo vi que ella cambio gracias a sus consejos”. Sobra decirles que las dudas se esfumaron en el acto, que allí, con el testimonio libre y espontáneo de ese niño comprendí que el trabajo de la Fundación tenía sentido, que valía la pena el esfuerzo del viaje en bus y de la subida y bajada a pie por las tortuosas escaleras. Habíamos logrado cambiar la relación de una madre con su hijo, habíamos hecho posible la felicidad y el bienestar de un niño. Y aun hoy, después de tantos años, cuando los inevitables y recurrentes momentos de soledad y desesperanza que la dirección ejecutiva de una ONG conlleva, viene a mi mente la sonrisa, la cara alegre de ese niño que me anima a continuar con la tarea de generar desde la Fundación oportunidades de felicidad para más familias.
La fuerza de un testimonio se convirtió en una honda convicción del poder de transformación que logran las personas cuando introyectan un conocimiento, reflexionan y luego modifican en forma positiva actitudes y comportamientos. No podemos desconocer que hay situaciones de extrema indigencia y enfermedades mentales que impiden a las personas cambiar, pero no menos cierto es que como seres humanos estamos dotados de inteligencia, de conciencia, de juicio y que tenemos, también, la opción de elegir y decidir.
En la gestión humana y social de las ONG nos vemos, muchas veces, abrumados por toda la parafernalia de construcción de indicadores, líneas de base, monitoreo y evaluación de impacto que las agencias de cooperación han vuelto exigencia para acceder a sus recursos. Es un hecho que debemos tener herramientas de medición pero no se nos debe olvidar que los datos y los informes no pueden ser más importantes que la vida, que los anhelos y la felicidad de las personas a quienes decimos apoyar y acompañar. Trabajar en el sector social nos mantiene cercanos a las alegrías y sufrimientos de la gente. Nos hace ser más generosos. Como en el comercial de televisión se encuentra en el lugar equivocado quien pretenda ganar mucho dinero vinculandose a una ONG o creando una. El enriquecimiento que se obtiene no es el de los billetes sino el de la satisfacción personal por contribuir al bienestar humano, a la formación de ciudadanía, a la ampliación de oportunidades, a la justicia social y a la participación democrática en una mejor sociedad. Satisfacción que se extiende al poder conocer otras organizaciones y tratar colegas y compañeros de ruta que comparten objetivos y visiones. Es una razón más para quedarnos, para afianzar el arraigo y el compromiso.

Permanencia y cambio son factores clave en la sostenibilidad de una organización. Permanencia de los ideales, de los principios, de la buenas prácticas, de las lecciones aprendidas; cambio para enderezar el rumbo, para conocer otras miradas, para emular a los que saben, para no perder vigencia. En la FBH lo permanente ha sido el trabajo con las familias; han cambiado las modalidades de atención, el enfoque, el tipo de programas. Cambiamos de nombre pero permanece la convicción de que sin las familias no es posible aportar a la construcción de una sociedad más justa, pacífica y democrática. Pasamos de ser una entidad de carácter asistencial a una organización especializada en servicios educativos con las familias. Permanece la política de la Asamblea de Socios y de la Junta Directiva por continuar en el nivel de promoción y prevención a las familias y cambiamos de logosímbolo y de imagen institucional como mensaje de renovación. En los tiempos que corren no basta ya con enseñar a pescar, luego de la pesca es que comienza el verdadero trabajo...

Muchas gracias por su presencia y compañía.

Luis Julián Salas Rodas
Director Ejecutivo de la Fundación para el Bienestar Humano
Medellín, Noviembre 23 de 2004


2 comentarios:

Anónimo dijo...
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
Anónimo dijo...
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.